miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un brindis por nuestros novios y amantes, ¡y porque nunca se conozcan entre ellos!




Nada más llegar, como de costumbre, ella casi temblando se quito los zapatos y se sentó en la cama, apoyada en la pared, con su corto vestido se cruzo de piernas, pero asegurándose de no dejar nada al descubierto. Él, se quitó esa chaqueta negra o tal vez azul oscuro casi negro, encendió el aire, no quería ver como seguía acurrucada en un rincón, temblando por momentos (pues esa noche hacía frío, mucho frío). Mientras tanto decidió poner una de las muchas películas que tenía por la habitación y se echó en la cama.
Él, acostado, su cabeza apoyada en sus piernas, no miraba al televisor para nada, es más, parecía que intentara mantener un tipo de contacto visual o es probable que disfrutara contemplando a aquella chica. Esta sentía como su mirada buscaba la de ella, pero no quería mirar, así que hacía caso omiso a aquellos ojos y intentaba con todas sus fuerzas concentrarse en la película que estaba viendo. Pero a él parecía no interesarle a pesar de ser una de sus favoritas y decidió invertir la velada en acariciar las frías y pequeñas manos de la chica. Monótonos y largos minutos de caricias cuando de repente se incorpora y se sienta, mira la pantalla anticipándose a cada palabra de los personajes ya que se sabía los diálogos de memoria, alternando las miradas, ella, televisor, ella, televisor, ella y de nuevo al televisor, hasta que poco a poco la rodea con sus brazos y apoya la cara en su espalda al descubierto y intentado que ella no se percate (o quizás si) la besa. Repetidas veces, despacio, bajando por la columna hasta que se detiene. Ella disimula y mira como si nada la hora en el teléfono móvil y de repente, espontáneamente, sin pensar, saca un tema de conversación. Hablan sin encontrar el sentido de sus palabras, entre sonrisas, entre complicidad, pero hablan hasta que entran en el terreno de los pellizcos, bromas, su peculiar forma de mostrar afecto. Y entre todo, ella agacha la cabeza, con resignación, escondiendo su rostro entre el pelo y él se lanza de nuevo, pero esta vez al cuello, continuando lo que ella misma sin proponérselo ha empezado. Y nota como este intenta morderla, delicadamente, sin hacerle daño y sin querer, se estremece. Él se separa y en la oscuridad, a su lado, la mira, parece tan pequeña, tan blanca y frágil  que es casi inevitable que este se ría por lo bajo, esa risa de autosuficiencia, risa ante tal reacción.
No sabe por que, pero en fin, esto podría llegar a ser un juego, un muy pero que muy entretenido y interesante juego. 

viernes, 24 de diciembre de 2010

Nadie le esperaba, por eso le costaba tanto irse.


Suelo mojado, gris, repleto de miles de hojas secas, formando una extensa moqueta que se extiende a cada uno de nuestros pasos, de un marrón oscuro, frío, triste. Pero no pasa nada, las luces navideñas de todos los escaparates y balcones intentan que no nos percatemos de ellas, echadas en tierra, pisoteadas, no importa, las luces son más bonitas y por supuesto, coloridas. Las luces, curioso entretenimiento para los más pequeños y no tan pequeños, miran atolondrados su sutil y ligero bailoteo a veces hipnotizante y acompañadas de diferentes melodías. Pero las hojas, ¿Quién les presta atención? No nos engañemos, nadie lo hace. Ninguna persona se da cuenta que ellas son parte del decorado navideño, sin hojas faltaría algo y a ellas les falta observación, la observación de miles de ojos, ya sean grandes, pequeños, bizcos, verdes, grises, azules, marrones, les da igual si tus ojos son bonitos o no, solo quieren atención o observación como quieras llamarlo, es más de lo mismo.
Y entre tantas luces, hojas, aglomeraciones de gente con la sonrisa pegada en la cara, había una chica, no una chica cualquiera, puede que casualmente la hayas visto en algún lugar mientras comprabas algún caro regalo, la compra de la semana, o simplemente mientras ibas de camino a casa. En fin, como decía, ella no era ni es una chica cualquiera, para concretar en el punto más exacto, ella era esa chica. Tenía algo en esta temporada que la hacía destacar, quizá la expresión de su rostro, la manera de comportarse o como decía las cosas. En decir verdad, hasta donde su memoria le permitía recordar, nunca le había gustado la Navidad. No, no le gustaba y tampoco las comidas familiares. ¿Por que siempre se veía obligada a compartir horas y horas de aburridas charlas y tonterías de adultos si para ella eran como perfectos desconocidos? A caso ¿Qué podía decir de todos ellos? Nada, no sabe sus aficiones, cuantos años tiene cada uno, donde trabajan, ni si quiera cual es su comida o color favorito. Nada, no sabía nada. Le incomodaba ese ambiente, poner buenas caras donde no las hay, fingir una monótona preocupación hacía ella basada en las tres preguntas de todos los años: ¿Qué tal las notas? ¿A que quieres dedicarte? Y la más absurda de todas ¿Te has echado novio?. Después de aguantar la misma comida desagradable de todos los años, las mismas y casi idénticas  palabras sueltas, echadas de sus bocas al tun tun,  que quieren entrelazarse para conseguir una pésima y aburrida comunicación, se levantan, ponen su silla en el sitio, cogen sus abrigos y diciéndote lo guapa y mayor que estás te dan dos besos y se van. No, ella no espera nada más, sabe que no tendrá ningún regalo o detalle, como mucho lo único que obtendrá serán 10 euros con una frase argumentativa de justificación: “Ya eres mayor, a ti no te hace falta esto.” Y solo se le ocurre decir un pobre e inaudible “ya…”, sabe que se los dan por quedar bien, como si fuera una obligación y no le complace que lo vean de ese modo, debería de ser por gusto, no por obligación. A si que se resigna, y se ve a si misma sola, pisoteada, ignorada sin atención alguna, como una hoja, una simple, fea y miserable hoja.





miércoles, 15 de diciembre de 2010

No quiero que la gente sea agradable, así me ahorra el problema de cogerles cariño.


Pobre ignorante le diría a esa chica si no fuera porque ella misma se lo repite continuamente cada mañana al acordarse de ti, si, pobre ignorante e ilusa. Pobre, ahora después de tanto tiempo se da cuenta de todas las veces que no ha tropezado con la misma piedra, si no que ella, ha chocado sucesivamente e incontablemente contra un muro enorme y frío como si deseara escalarlo, destrozarlo o traspasarlo, quien sabe. Ahora es cuando se da cuenta de que van ha haber cambios puede que giros de 360º, las tardes de los viernes o de cualquier día de la semana, cambios de estado, ella tampoco lo sabe, pero lo único cierto es que algo va a cambiar. Sabe que a partir de ya, de este mismo segundo le va a costar mucho más. ¡Oh! ¿Enserio? Le dirá al universo que nada va a servir a partir de ahora, por que será mucho más precavida, distante, callada, desconfiada y mal pensada con la gente. Porque 4 palabras bonitas, 4 abrazos y 4 sonrisas no van a tener ningún efecto encantador, no, ya no. Pobre chica, pobre de ella, con sus pocos años y esa visión tan pesimista de la vida, esa poca seguridad, autoestima y moral, hazte la idea de que tu vida consistirá en eso, afróntalo, seguirás sufriendo hasta el día en que abandones este mundo, en el que tú pequeño y frágil corazón de su último suspiro, su último tac del tic-tac.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Esta parte de mi vida se llama siendo estúpida.

Porque el 10 de febrero nunca volverá a ser lo que era, porque el 10 dejo de ser un numero bonito desde el instante en el que decidiste buscarme, porque el 10 nos señalo y nos arrastro con él. El 10 sera sustituido por otro día y mes, o puede que este 10 de febrero te gustara y le cogieras cariño y la próxima vez seas tú quien lo eliga. Porque que fuera 10 de febrero fue una simple casualidad. Porque el 10 de febrero dejara de existir en nuestros calendarios, porque el 10 de febrero no nos recordara, no recordara las interminables tardes, las conversaciones, los enfados, las sorpresas, los mensajes, las sonrisas, nada, y nosotros olvidaremos al 10 de febrero tal y como yo te olvidare a ti. Porque odio el 10 de febrero, ese 10 que me mintió y me hizo creer que estarías siempre. Ese 10 de febrero en el que te conocí, ese 10 de febrero al que a pesar de todo, volvería una y otra vez...






miércoles, 8 de diciembre de 2010

¿Que tipo de trauma auto-inventado te afecta hoy?

Había una vez una chica de 17 años. Ella era bajita, bajita comparando con las otras chicas, no, no, ¿pero que digo? no vamos a comparar, ella solo era bajita, de pelo corto y negro, tan negro que parecía que la noche se había enredado en él. También era blanca de piel, incluso a veces tan blanca que se podía distinguir perfectamente el recorrido de sus venas, azules extremadamente azules. Bajo sus ojos, sus pequeños y marrones ojos siempre se asomaba un ápice de ojeras lo cual junto con un débil y casi imperceptible brillo, intensificaba ese toque de tristeza. Remarcandolos lo más posible, una linea negra, remarca, remarca, quizá en intento de disimular su fragilidad. Toda ella era un conjunto de cosas pequeñas, pero sus manos eran feas, no tenía uñas las cuales poder pintar de negro, ni las que poder lucir con gran orgullo, ni las que limar o cortar, no, no podía hacer nada de eso, los nervios y las inseguridades podían con su fuerza y recaía enseguida en moderselas.
Sus dientes son blancos y separados, debería llevar un aparato dental, pero nunca le había complacido tal idea. Así que esa separación le hacía tener una sonrisa de niña pequeña.
La chica físicamente se veía normal, quizás tenía unos quilos de más, pero aún así normal, sin embargo había gente en empeñarse en meterle el concepto de que ella está gorda. Gorda suena mal, pero es lo mismo que rechoncha, rellenita, que se yo, al fin y al cabo gorda.
Le gustaba leer ¿le gustaba? Más que eso, ¡le encantaba! Era capaz de pasarse horas frente a un libro sin despegarse de él ni un solo segundo. Si pudiera, siempre estaría leyendo algún libro de terror, o algún con un bonito final de esos que sabe que solo pasan entre esas páginas o en el cine.
Al igual que en la lectura, le gustaba refugiarse en la música. ¿Que mejor que encerrarse en su habitación o sentarse en algún parque solitario con su música y sus canciones que hablan de ella, de lo que siente, de sus lágrimas y perderse? En invierno especialmente, también le ayudan los largos paseos sola por la ciudad intentando evadirse incluso deseando desaparecer o disfrutar de un café bombón en alguna apartada cafetería.
Elegía minusciosamente las palabras a la hora de hablar, escribir, pensar, pero una palabra, una entre millones y millones de ellas, la había elegido, y era miedo. Palabra y termino que revoloteaba a su alrededor, como una mariposa, como el viento, como la vida, pero siempre tras ella, miedo a quedarse sola, a perder sus amigos, a que nadie la quiera y valore, que a nadie le importe lo suficiente, miedo a encariñarse, miedo al miedo, miedo de este que la aceche eternamente.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Conozco más payasos que personas que me hagan feliz .


A lo largo de nuestra vida esperamos, esperamos a cada segundo, a cada minuto, siempre, continuamente. Esperamos comprender la utilidad del plastidecor blanco, esperamos a los superhéroes, a la magia, esperamos crecer y con ello que se valore nuestra opinión y forma de pensar, esperamos nuestro turno, esperamos que las cosas salgan como queremos. Esperamos nuestro aniversario, esperamos las Navidades, esperamos a el último día del año para anteponernos propósitos inútiles, esperamos a los 18 para disfrutar de libertad, de voto y de coche, esperamos encontrar a alguien especial. Seguimos esperando para ir a la Universidad, esperamos disculpas, esperamos a las canciones, a los libros, a las películas, a los conciertos, a las llamadas telefónicas, a las cartas, a las facturas, a los mensajes. También esperamos a lo que no esperamos, a los cambios, esperamos que alguien nos escuche, esperamos a las reconciliaciones, a las respuestas, esperamos al tiempo, esperamos mejorar, esperamos a nuestros sueños, nuestras ilusiones, esperamos a las palabras, a los momentos adecuados, esperamos a la felicidad, que nos saquen una sonrisa cuando esperamos olvidar, empezar de cero, esperamos a la muerte, esperamos a los sentimientos, a la adrenalina interior, esperamos a los vicios incluso ellos tranquilamente nos esperan, esperamos todo y a la vez esperamos nada, esperamos, simplemente esperamos, pero yo, quizá me canse de esperar(te).